Este nuevo post no tiene nada que ver con música, aunque tal vez sí algo con mi historia personal. De todos modos, como por el momento no tengo otro sitio donde publicarlo y me apremia hacerlo, y considerando además que ya le dediqué un post anterior a nuestro amigo Cipriani (ver
AQUÍ), doy a conocer esta carta abierta que he escrito motivado por las medidas que ha tomado contra el P. Gastón Garatea. Las reflexiones que en ella pongo no tienen la intención de socavar a la Iglesia católica, a la cual pertenezco por llamado y por propia convicción. Recordemos que Juana de Arco le dijo a los jueces eclesiásticos que la condenaban: "los hombres de Iglesia no son la Iglesia". De la misma manera, el Cardenal Cipriani no es la Iglesia. La Iglesia es un misterio más grande de lo que podamos comprender, enraizado en el misterio de Jesucristo el Señor, y tanto Juan Luis, Gastón como yo mismo estamos unidos misteriosamente cual racimos de uva a la misma viña. Por eso mismo, causa dolor y estupor cuando hay quienes se niegan a reconocer como válida la pluralidad que hay en el mismo Cuerpo de Cristo y crean divisiones debido a su pretensión de ser los únicos intérpretes fidedignos de la verdad.
CARTA ABIERTA A JUAN LUIS CIPRIANI, ARZOBISPO DE LIMA
6 de junio de 2012
Estimado Juan Luis:
Soy un católico creyente, miembro de la misma Iglesia de la cual tú formas parte, hermano tuyo en la fe, partícipe del mismo Espíritu. Alguna vez fui miembro de la grey confiada a tu cuidado pastoral en la arquidiócesis de Lima. Por circunstancias del destino tuve que dejar el Perú y actualmente vivo en un pueblito perdido de Alemania, dedicado laboralmente a actividades que poco tienen que ver con los estudios que realicé, los de teología.
Es precisamente gracias a mis estudios teológicos que llegué a conocerte personalmente. Recuerdo cuando yo era un estudiante de teología en la Facultad de Teología Pontifica y Civil de Lima y tú un joven sacerdote, encargado de dictar el curso de Teología Moral. Recuerdo tus buenas intenciones y tu empeño en mantenerte fiel a las enseñanzas morales del Magisterio de la Iglesia, aunque muchas veces, a mi parecer, con interpretaciones rigoristas que no daban pie a una reflexión más profunda sobre algunas cuestiones morales difíciles de abordar. Recuerdo también que cuando algunos alumnos, candidatos al sacerdocio, te proponían problemas referentes a cuestiones éticas límite, en vez de acoger las preguntas para estimular el pensamiento y suscitar una reflexión profunda que abordara el tema en toda su complejidad, buscabas la manera de refutar los planteamientos de esos alumnos con citas del Magisterio de la Iglesia y la Tradición, derrotarlos intelectualmente y forzarlos a callar. No aguantabas pulgas, mi estimado Juan Luis. Ya desde entonces mostrabas poca disposición hacia el diálogo respecto a quienes supuestamente discrepaban contigo –aunque he de suponer que ya interpretabas en ese entonces una discrepancia contigo como una discrepancia con la Iglesia–. Asimismo, pocas veces te vi sonreír, y cuando lo hacías dabas la impresión de que en tu etapa de formación sacerdotal no te habían entrenado los músculos de la cara para efectuar ese gesto, una sonrisa amplia como aquella a la que nos tenía acostumbrado tu antecesor en el arzobispado de Lima, el Cardenal Juan Landázuri Ricketts. Ya desde entonces tenías un aire de solemnidad que no irradiaba ni calidez ni cercanía.
Ahora que no eres mi pastor –lo cual agradezco a Dios con toda el alma–, siento la libertad suficiente y la confianza como para dirigirme a ti no en tu calidad de miembro de la jerarquía eclesiástica, sino como a un hermano en Cristo, a quien le puedo decir con franqueza algunas cosas que lo inviten a la reflexión. No quiero que tomes estos comentarios como un ataque o una agresión, pues no lo son.
Sospecho con razón que estás acostumbrado a mirar a quienes te critican desde fuera de la institución eclesial, muchas veces legítimamente, como enemigos y adversarios de la Iglesia. Y a quienes lo hacen desde dentro, como católicos inconsecuentes, infieles a la Iglesia a la que pertenecen con tanto derecho como tú. Las críticas no son nada más que eso mismo: críticas, desacuerdos, que pueden ser tomadas como oportunidad para establecer un diálogo respetuoso, aun cuando no se llegue a consensos. ¿O acaso no has ejercido tú también tu derecho a crítica, con toda la caridad y respeto que supongo ha de tener un pastor de la Iglesia?
Lo que aún no llego a entender es tu actitud hacia quienes discrepan contigo dentro de la misma Iglesia a la cual ambos pertenecemos, más aún cuando esa discrepancia se da sobre temas que no afectan la esencia de la fe y la moral católicas. Y peor para esas personas si viven bajo tu jurisdicción eclesiástica. Es cierto que el Derecho Canónico te reconoce como pastor la potestad de retirarle las licencias ministeriales, es decir, la potestad de ejercer actividades pastorales, a cualquier clérigo dentro de tu jurisdicción eclesiástica, si crees que hay motivos suficientes. El problema es que en el caso del P. Gastón Garatea tú no has explicado cuáles son esos "motivos suficientes" de manera oficial, aunque extraoficialmente se ha difundido que son ciertas declaraciones que ha hecho este sacerdote respecto al celibato sacerdotal y la unión civil de homosexuales.
En todo caso, nada te obliga a hacer públicos los motivos que te llevaron a tomar esa decisión. Dicho de otra manera, puedes hacer lo que te dé la gana sin tener que rendir cuentas a nadie de tus decisiones. Lo que no debes esperar es que las personas acepten que se mantenga en el ámbito privado una decisión que tiene consecuencias en el ámbito público, pues iba a ser difícil de ocultar que al P. Garatea ya no le está permitido ejercer en la arquidiócesis de Lima. Tampoco esperes que quienes están en desacuerdo con esa decisión tuya, entre ellos muchos fieles católicos dentro de tu jurisdicción, se queden callada la boca y no pregunten, no averigüen, no indaguen qué hay detrás de todo esto. En ese sentido, el primero en generar "desinformación" has sido tú mismo, al no actuar con transparencia –según parece, la renovación de las licencias estuvo esperando 6 meses sin que el P. Raúl Pariamachi, superior de los Sagrados Corazones, supiera nada sobre a qué se debía la demora– y a quien se ha buscado desprestigiar es al mismo P. Garatea, de quien la prensa amarilla católica que te defiende a ti ha dicho que "representa la generación de sacerdotes y religiosos que llevó a la Iglesia a la crisis debido a su desobediencia al Evangelio y la doctrina católica", que ha sido "el representante mediático que la izquierda peruana necesitaba para plantear sus posiciones contra la doctrina católica" y que "se convirtió en el capellán de los que no quieren capellán y quieren un sacerdote que les diga que todo lo que hacen está bien, que todas sus inmoralidades están bien, que todas sus cosas en contra de la Iglesia están bien", concluyendo que el P. Garatea "apostó mal, debió apostar a la Iglesia". Asimismo, se ha dicho que la sanción se debe a "su público apoyo a la agenda gay". Todo esto son meras interpretaciones antojadizas, conclusiones subjetivas basadas en una ideología religiosa extremista y maniquea. Y tú no has comentado nada al respecto ni te has despeinado, mi estimado Juan Luis, permitiendo que se macule impunemente la honra de un sacerdote cuya opción por el Evangelio y su fidelidad a la Iglesia nunca ha sido puesta en duda, sino por grupos conservadores que esgrimen sus interpretaciones particulares como si ellos tuvieran el monopolio de la verdad y representaran a la Iglesia auténtica. Será tal vez porque estás de acuerdo con este tipo de afirmaciones sensacionalistas.
Pues te confieso que la actual crisis institucional y de credibilidad que está atravesando la Iglesia, expresada en los innumerables escándalos que han salido a la luz, tiene mayormente como protagonistas a grupos conservadores, con estructuras verticalistas y autoritarias, y una interpretación rígida e inmovilista de la doctrina y la moral cristianas. Y que ven enemigos de la Iglesia debajo de cada piedra. En ese sentido, son conocidos los casos de los Legionarios de Cristo (México), la Comunidad de las Bienaventuranzas (Francia) y la unión pía de la Parroquia El Bosque del P. Karadima (Chile), por los abusos sexuales cometidos por quienes ejercían la autoridad. Con certeza, algún caso similar deberás conocer, ocurrido dentro de tu propia jurisdicción eclesiástica. Asimismo, en Estados Unidos, el Vaticano investigó al instituto de vida consagrada Miles lesu, también de orientación conservadora, y concluyó que el P. Alfonso María Durán, su fundador y superior, había cometido graves faltas de manipulación de conciencia de sus miembros. También han sido acusados de cosas parecidas el Instituto del Verbo Encarnado (Argentina) y el instituto Lumen Dei (Perú). Todas estas instituciones han sido sometidas a examen por la Santa Sede durante el Pontificado del actual Papa Benedicto XVI. A esto le podemos sumar los numerosos escándalos de abusos sexuales de menores habidos en una de las iglesias locales más conservadoras, la de Irlanda, y los escándalos que han salpicado toda la Iglesia, más que nada cometidos por clérigos que compartían una visión de la iglesia como la que tú tienes: autoritaria, verticalista, moralista y legalista.
Ahora veamos las afirmaciones del P. Garatea que supuestamente van contra la doctrina de la Iglesia y confunden a los fieles –a mí mas bien me confunde la intolerancia y la estrechez de miras de algunas mentes–:
"A mi modo de ver [el celibato] se ha extendido equivocadamente a todos los sacerdotes. El celibato está bien para los que viven en congregaciones, como yo, pero no para los del clero secular que viven en sus casas."
¡Sí, Juan Luis! ¡El P. Garatea se ha equivocado! Actualmente, el celibato no se extiende a todos los clérigos. Los sacerdotes católicos de rito oriental pueden estar casados y no están obligados al celibato, aunque de hecho también hay sacerdotes que se han comprometido a vivir célibes. Y en el rito latino hay personas casadas que han recibido el sacramento del orden sacerdotal, a saber, los diáconos permanentes. ¡Deberías haberle dado un jalón de orejas a Gastón y explicárselo con todas sus letras! Como bien podemos constatar, no todos los sacerdotes están obligados a guardar el celibato. Y nadie pone el grito en el cielo por ese motivo. Sin embargo, creo que el P. Garatea se refería al celibato sacerdotal obligatorio que tienen que guardar quienes acceden al segundo grado del sacramento del orden, es decir, los presbíteros dentro del rito latino.
Ahora bien, si hay sacerdotes casados dentro de la Iglesia católica –como hemos constatado– que ejercen su ministerio con toda legitimidad, aunque sean minoría frente a los sacerdotes célibes, ¿no quiere decir eso entonces que el matrimonio no es en realidad incompatible con el ministerio sacerdotal? ¡Vamos, abre tu mente, mi estimado Juan Luis! ¡Deja que entre un poco de aire fresco! En principio, no hay nada de malo en que un sacerdote esté casado y sea sexualmente activo. La práctica de la sexualidad es connatural al ser humano y el celibato sólo se justifica por algún motivo superior, siempre y cuando la persona que sigue esta vía esté llamada a ello y tenga la capacidad para hacerlo. Ni siquiera en la Biblia se encuentra el camino del celibato como una obligación, sino como un estilo de vida que se sigue voluntariamente, no obligatoriamente. Tampoco encontramos que de necesidad se vincule el celibato a un determinado estado de vida.
Existe unanimidad en que el celibato sacerdotal no es una doctrina que pertenezca al dogma de la Iglesia. Es una cuestión más bien práctica y de disciplina, aplicable a los presbíteros de rito latino de acuerdo a normas vigentes. Siendo así, a diferencia de los contenidos de fe, estas normas serían susceptibles de cambio, si las circunstancias así lo ameritan. Me dirás que se trata de una práctica muy provechosa que se sustenta en una tradición antiquísima de la Iglesia. Mira, Juan Luis, si hablamos de tradición, el celibato sacerdotal recién adquiere carácter de norma universal para toda la Iglesia católica de rito latino hace sólo aprox. 400 años, con el Concilio de Trento. En esas circunstancias concretas, para hacer frente al movimiento luterano y similares, la Iglesia consideró como oportuno obligar a todos los sacerdotes, desde el grado de diácono al de obispo, a abstenerse del matrimonio. Fue entonces también que se crearon los seminarios mayores, centros de formación para candidatos al sacerdocio, que sólo admitían a varones célibes. Si bien el celibato ha sido siempre considerado un carisma especial, un don de Dios para la Iglesia, al cual son llamados hombres y mujeres tanto clérigos como laicos –en especial aquellos que conocemos como religiosos–, la extensión de este carisma como obligación a los miembros del orden clerical se dio de manera variada en toda la Iglesia, a modo de tradiciones locales que no regían igualmente en todas las jurisdicciones eclesiales. Y el hecho de que hubiera sacerdotes de rito latino casados fue considerado en muchas iglesias locales como algo perfectamente normal que no escandalizaba a nadie.
No caigamos, pues, en lo que yo llamo la "ilusión de la tradición", es decir, en creer que algunas prácticas de la Iglesia estaban asentadas universalmente desde tiempos antiquísimos, cuando en realidad no son tan antiguas (por ejemplo, la comunión en la boca, la confesión frecuente, la actitud sumisa ante los clérigos, etc.). Si me hablas de celibato en general –voluntario y libre, sin mediar una obligación de por medio–, sin duda que éste se remonta a los inicios de la Iglesia, pero si me hablas de celibato sacerdotal, nos encontramos con una gran variedad. Al respecto, hubo circunscripciones en las que se les prescribía el celibato a los clérigos –aun estando casados– y otras en que no. La cosa cambió definitivamente con el Concilio de Trento, hace 400 años.
En lo que todos estamos de acuerdo es en que el celibato sacerdotal no forma parte del dogma de la Iglesia, sino de su disciplina. Y como toda cuestión práctica, se ha visto sujeta a vaivenes y cambios a través del tiempo. En ese sentido, hay que estar atento a los signos de los tiempos. Al contrario de los contenidos de fe definidos por la Iglesia, se trata de una cuestión abierta todavía.
Así lo pensaron varios obispos latinoamericanos durante el Concilio Vaticano II. Como remedio a la falta de vocaciones al sacerdocio, propusieron que, junto a los sacerdotes célibes, se admitiera a hombres casados al sacerdocio. El Papa Pablo VI no dijo en ese entonces que esta propuesta fuera contraria a la enseñanza de la Iglesia, sino que fue de la opinión de que no era "oportuno" discutir ese tema en ese momento. La propuesta no prosperó, no porque hubiera sido discutida y analizada a fondo, sino simplemente porque no se creyó que era el momento para hacerlo. Aun así, de hecho hubo una relajación parcial de esta norma del celibato sacerdotal obligatorio, cuando se decidió admitir a hombres casados al diaconado, primer grado del sacramento del orden. En esta decisión jugo un papel importante el discurso de tu insigne predecesor, el Cardenal Juan Landázuri Ricketts.
Si nos atenemos a lo que dijera el Pablo VI, ¿no tendría que venir algún día el momento "oportuno" para replantear esa cuestión? En febrero de 1970 nueve teólogos alemanes pensaron que ese momento había llegado y le hicieron llegar al episcopado alemán un memorándum replanteando la obligación del celibato sacerdotal y proponiendo más bien un celibato opcional. Entre esos teólogos estaban el jesuita Karl Rahner, Karl Lehmann (actualmente Cardenal y ex-Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana), Walter Kasper (actualmente Cardenal y ex-Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos) y Joseph Ratzinger (actual Papa Benedicto XVI). Esta propuesta incluso fue acogida en una declaración conjunta de los obispos alemanes, pero no tuvo efectos prácticos. ¿Crees, Juan Luis, que hubo sanción alguna para estos teólogos por expresar estas opiniones? ¿A alguno de ellos, que entonces no tenían siquiera rango episcopal, se le impidió ejercer su ministerio? De ninguna manera. Nadie fue tachado de hereje, de ir contra la doctrina de la Iglesia, ni mucho menos de confundir al pueblo creyente.
Siguen habiendo muchas voces dentro de la Iglesia –Cardenales, obispos, clérigos– que piden "repensar" el celibato, entre ellas la del Cardenal Carlo Maria Martini, que aún valorando el celibato como un carisma que siempre debe estar presente en la Iglesia y que Dios le concede a muchos hombres y mujeres, piensa que no todos los sacerdotes están llamados a vivirlo.
Es cierto que la admisión de hombres casados al presbiterado generaría algunos problemas. Pero eso ocurre con todas las cuestiones prácticas. Los sacerdotes célibes presentan también problemas, algunos de ellos serios, como la soledad, la sobrecarga de trabajo y muchas veces la falta de experiencia en lo referente a cuestiones familiares íntimas propias de los fieles a las que tienen que pastorear. Los problemas no deberían constituir verdaderas objeciones ni para que haya sacerdotes célibes ni para que haya sacerdotes casados. Como en todo asunto práctico, se debe hacer un balance equilibrado entre las ventajas y las desventajas para llegar a conclusiones sanas y razonables. Quienes piden una discusión abierta sobre el tema, que implique una reflexión a fondo, no tienen malas intenciones ni mucho menos, sino un deseo de contribuir a sacar a la Iglesia de la crisis por la que está pasando, una de cuya señales es la falta de vocaciones al sacerdocio.
Como ya he señalado, el Cardenal Martini ha declarado que él no cree que todos los sacerdotes estén hechos para el celibato, sin negar por ello el valor del celibato en sí mismo, y que debería repensarse esta norma. Las declaraciones del P. Garatea van en la misma línea. Si las lees bien, notarás que Gastón considera que el celibato sí es personalmente válido para él –con lo cual reconoce su valor–, y se infiere que tiene la intención de guardarlo. Su opinión tampoco implica la intención de incumplir lo que actualmente está vigente en la Iglesia católica. Acata la norma, pero haciendo uso de la libertad de expresión, da a conocer su opinión personal, sin dogmatismos, sin querer imponer su pensamiento, con todo respeto. ¿Dónde está, pues, su falta, si no ha cuestionado al celibato en sí mismo, y lo único que ha hecho es expresar su opinión sobre una norma que extiende esta disciplina a todos los sacerdotes de rito latino, sin manifestar que vaya a no acatarla? ¿Es acaso un delito expresar lo que también expresan otros obispos y sacerdotes de la Iglesia, sin que sean merecedores de sanción por ello? ¿Hay, pues, verdadero motivo para impedirle al P. Gastón Garatea ejercer una labor pastoral en tu arquidiócesis por sus afirmaciones respecto al celibato sacerdotal? ¡Creo, Juan Luis, que se te ha ido la mano, pues tú le hubieras negado estas licencias al mismo Papa cuando era sólo un simple teólogo!
Veamos la siguiente afirmación:
"Tienen todo el derecho de unirse [los homosexuales]. Podemos estar en contra de un matrimonio entre personas del mismo sexo, pero una unión civil no hay problema".
¿Ha dicho el P. Garatea que favorece el matrimonio entre homosexuales? No se sigue.
¿Se manifiesta a favor de los "actos homosexuales", considerados como pecados por la Iglesia, refiriéndose a la actividad sexual entre personas del mismo sexo? Tampoco se sigue.
¿Ha dicho que una unión civil entre homosexuales equivale a un matrimonio? No lo veo por ningún lado.
Entonces, ¿dónde está el problema?
La Iglesia admite respecto a la homosexualidad que "su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado", que las tendencias homosexuales presentes en muchos hombres y mujeres están "profundamente arraigadas", que "se evitará, respecto a ellos (los homosexuales), todo signo de discriminación injusta" y que "estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida". Más aún, dice que "las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana". Y dado que la Iglesia misma dice que "todo bautizado es llamado a la castidad", no debe entenderse por castidad la ausencia de toda relación amorosa con otra persona, sino que esa relación sea conforme a la moral evangélica y evite los actos inmorales, que en el caso de una legítima amistad entre homosexuales serían los "actos homosexuales" (todas las citas están tomadas del Catecismo de la Iglesia Católica).
En otras palabras, ser homosexual en sí mismo no es pecado –pues no se elige ser homosexual, se descubre que se tiene esa identidad sexual–, ni ningún homosexual merece rechazo y condena sólo por el hecho de serlo. Más aún, mi estimado Juan Luis, cuando la Iglesia habla de una "tendencia desordenada" lo hace desde el punto de vista ético y filosófico, no refiriéndose a que la homosexualidad sea un trastorno psicológico diagnosticable. Pues la Iglesia no tiene competencia en psicología, y son los especialistas en esta ciencia quienes deben discutir dentro de su campo cómo debe ser considerada psicológicamente la homosexualidad.
Es cierto que existe un documento de la Iglesia del año 2003 que se opone a la legalización de las uniones homosexuales, y que dice así:
"La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad. Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad."
Si lees bien el texto, te darás cuenta de que la preocupación está puesta en que no se equipare las uniones homosexuales al matrimonio. Y claro está que si se equiparan al matrimonio, no son aceptables, pues el matrimonio implica intimidad sexual, y queda claro que el "comportamiento homosexual" considerado por la Iglesia como pecado se refiere a los "actos homosexuales", es decir, el comercio sexual entre personas del mismo sexo. No veo que pueda referirse a otra cosa, pues condenar todo comportamiento proveniente de una persona homosexual como malo iría en contra de la afirmación de que la condición homosexual en sí misma no constituye pecado. ¿O acaso pretendes que una persona le sea lícito "ser", pero ílicito "actuar" cuando tiene una identidad sexual que tú consideras problemática? ¡Vamos, Juan Luis, que no te creo capaz de tomar en serio algo tan absurdo! ¡Esa persona no debería ni moverse!
¿Y si la ley estipula uniones civiles entre personas del mismo sexo que no son equiparables al matrimonio, sino que sirven para establecer una especial vinculación para proteger sus derechos derivados de una relación de amistad muy cercana? ¿Tendrías algún problema con eso? ¿Crees que eso "ofuscaría valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad" –que, además, no son especificados con precisión por el documento–? Si no se permite, ¿no quedarían más bien ofuscados los valores del derecho a la no discriminación y del derecho de libre asociación?
No debemos definir a las personas por su identidad sexual –lo dice también la enseñanza de la Iglesia–. Los homosexuales son antes que nada personas que también tienen aspiraciones, preocupaciones, esperanzas, que trabajan, que sufren y disfrutan de alegrías, que quieren ser tratados como cualquier persona normal, y que también aman y se entregan. Claro, no les están permitidos los "actos homosexuales" y en teoría deberían evitarlos, pero no les está prohibido manifestar su amor, con dignidad y respeto, a la persona que aman. ¿O consideras que es un "acto homosexual" el solo hecho de amar? ¿Acaso no tienen el derecho de amar? Y también tienen derecho a que se les garantice la protección legal de la persona a la que aman. ¿O acaso piensas lo contrario?
Creo, Juan Luis, que deberías conversar más con personas homosexuales, invitarlos a una misma mesa para que te cuenten lo que ellos esperan de la Iglesia, los problemas que tienen, sus experiencias personales. Yo he conocido a un par de personas homosexuales que pusieron todos sus esfuerzos para vivir de acuerdo a lo que enseña a la Iglesia católica y en fidelidad a ella. Encontraron mucha incomprensión, y los obstáculos se les hicieron tan grandes, que al final optaron por echar la fe por la borda. Los comprendo y no los condeno. En la arquidiócesis de Lima tienes a una comunidad homosexual numerosa y organizada, con la que puedes entrar en diálogo, y no te digo que estés de acuerdo con todo lo que ellos plantean, pero por lo menos puedes escucharlos para así organizar tu propia atención pastoral a personas homosexuales, algo que recomienda la Santa Sede que se haga. En vez de seguir el ejemplo de los fariseos, que rechazaban a todas las personas que ellos consideraban impuros, mejor seguir el ejemplo de Jesús, que se sentaba a la misma mesa con prostitutas, cobradores de impuestos y pecadores, acogiendo a todos, conversando con ellos y ayudándoles a "no pecar". A la mujer adúltera le dijo que no la condenaba, con la recomendación "vete y no peques más". Y si te haces problemas con los "actos homosexuales", deja ese asunto a la conciencia de las personas y al confesionario, pues supongo que tampoco ventilas en público asuntos como los adulterios cometidos por católicos –muchas veces padres de familia de buena reputación–, ni otros pecados sexuales de la grey confiada a tu cuidado. ¡Habla con ellos, con los homosexuales, Juan Luis, y verás que no muerden y que son más normales de lo que te imaginas! Recuerda que a nadie le esta permitido, menos aún a un fiel seguidor de Cristo, condenar o discriminar a un homosexual sólo por el hecho de serlo. Y si te menciono que Franco Zeffirelli, católico y director de cine, es un homosexual reconocido, me temo que vayas a prohibir en tu arquidiócesis que los católicos vean "Hermano sol, hermano luna" y "Jesús de Nazareth", dos obras maestras del cine de inspiración cristiana.
Hay incluso Cardenales de la Iglesia que han mostrado mayor apertura hacia este tema. El Cardenal Christoph Schonbörn, arzobispo de Viena (Austria), aún oponiéndose a la legalización de los matrimonios homosexuales, dijo en el año 2010 que "en el tema de la homosexualidad deberíamos ver sobre todo la calidad de una relación. Y hablar de esta calidad con aprecio. Una relación estable es con toda seguridad mejor que alguien que viva simplemente de manera promiscua". Asimismo, ratificó en su cargo del consejo de una parroquia vienesa al joven homosexual Florian Stangl de 26 años de edad, quien tiene registrada su unión con otro hombre y quien fuera elegido para ese cargo con 94 votos de 116 posibles, no obstante la oposición del párroco. El Cardenal Rainer Maria Woelki, arzobispo de Berlín, dijo durante el reciente Katholikentag (Congreso de los Católicos Alemanes) en Mannheim que "cuando las personas aceptan una responsabilidad mutua, cuando viven en una relación de pareja homosexual duradera, eso se debe considerar de manera similar a una relación de pareja heterosexual".
¿No ves, mi estimado Juan Luis, que sin necesidad de renunciar a lo que la Iglesia enseña se puede tener hacia los homosexuales una actitud más humana, comprensiva y abierta, a semejanza de Jesús? De seguro que no puedes hacer nada contra estos Cardenales de la Iglesia, pero contra un sencillo sacerdote que trabaja en tu arquidiócesis, el P. Garatea, sí te atreves a hacer lo que te dé la gana, al no renovarle las licencias ministeriales en tu circunscripción. Da la impresión de que quisieras dar una señal a todos los demás sacerdotes de tu arquidiócesis. ¡Tengan cuidado con lo que digan, pues si no, ya verán lo que les pasa!
¿Es que acaso sobran los sacerdotes en tu arquidiócesis? ¿Implica tu decisión una sanción al P. Garatea, o más bien a las comunidades que él atiende pastoralmente? Pues les estás quitando a esos fieles la asistencia pastoral y sacramental de un sacerdote que ha expresado su voluntad de vivir el celibato y que ha dado muestras de "respeto, compasión y delicadeza" hacia las personas homosexuales, como lo manda la Iglesia, y que además ha manifestado su compromiso con lo social y los derechos humanos a través de su participación en la Mesa de Concertación para la Lucha contra la Pobreza y la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Si bien el Informe Final de esta comisión valora muy bien del papel de la lglesia católica durante el período de violencia 1980-2000 en el Perú, tú, mi estimado Juan Luis, eres de los pocos que salen mal parados, con hechos que no han sido inventados y están bien documentados, los cuales a mí, como católico creyente, me siguen causando vergüenza.
El vicario episcopal del Arzobispado de Lima, el P. José Chuquillanqui, ha dicho en representación tuya que al P. Gastón Garatea se le ha llamado la atención desde hace 6 años respecto a expresiones suyas que los medios podían tergiversar. En honor a la justicia, si hay tergiversación, la culpa es del que tergiversa y no del tergiversado. Y muchas veces las aclaraciones no sirven de nada, pues hasta éstas pueden ser tergiversadas. ¿No te parece injusto, Juan Luis, más aún cuando a ti desde hace más de una década –no 6 años– se te ha llamado la atención por ponerte del lado de dictadores, presidentes corruptos, algunos militares y policías responsables de matanzas, y poquísimas veces del lado de las víctimas de los abusos? ¿Cuándo levantaste tu voz en contra de las esterilizaciones masivas realizadas a la fuerza por el gobierno de Fujimori? ¿No justificaste de alguna manera la muerte de campesinos inocentes cuando eras obispo de Ayacucho, porque "en toda guerra debe haber muertos"? ¡Qué diría Mons. Oscar Arnulfo Romero, quien fuera arzobispo de San Salvador, que doctrinalmente era tan conservador como tú, pero que no cerró los ojos ante los abusos de los que era víctima el pueblo salvadoreño y se puso del lado de la justicia y la paz, siguiendo su conciencia, levantando su voz profética contra los abusadores, lo cual finalmente le costó la vida!
Y a pesar de que tantas veces se te ha dicho lo mismo, no cambias. Recientemente, sobre los acontecimientos de Espinar (Cuzco), has declarado lo siguiente:
"Un grupo de gente no puede querer el desarrollo con piedras y con mentiras. No se puede dialogar cuando no hay deseo de verdad, de paz y de justicia. [...] La paz, dice San Agustín, es la tranquilidad en el orden. Yo creo que está faltando orden y para que haya orden hay que respetar las normas y a las autoridades. El diálogo tiene que hacerse cuando hay paz, tranquilidad y cuando hay orden. Lo que no podemos acostumbrarnos es a exigir diálogo con pedradas y con muertos. [...] El Perú es un pueblo pacífico, que quiere la justicia y que quiere la verdad. Por eso, no abusemos de la palabra 'diálogo' cuando vemos tanta violencia y tanto abuso. [...] ...no estoy de acuerdo con lo que estoy viendo en diferentes partes del país, que es el maltrato a la población por parte de grupos que se dicen defensores y lo único que hacen es manipular. [...] Hay que mejorar, invertir, darles agua, luz, caminos e infraestructura, pero no a base de piedras, ni a base de engañar a la población."
Pues, mi estimado Juan Luis, tus palabras aparentemente sensatas resultan en el fondo desatinadas y ofensivas. Los muertos que ha habido no son por piedras, sino por balas, es decir, proyectiles provenientes de armas empuñadas por las fuerzas del orden. Y quienes más le han mentido al pueblo y manipulado la información son los representantes del gobierno y de las mineras junto con los medios de prensa que los avalan. Además, la población no es tan manipulable como te imaginas. Me parece una absoluta falta de respeto insinuar que no tienen en realidad conocimiento de las cosas y que sus actos de protesta no responden a voluntad propia, sino a manipulación por parte de terceros. Te aseguro que la mayoría han protestado pacíficamente, a no ser que les creas a los medios de prensa que sólo muestran las acciones violentas motivadas por la represión policial y las presentan como si fuera toda la población la que estuviera protestando de esa manera. Además, detrás de las actuales protestas hay una larga historia de reclamaciones frustradas y diálogos desatendidos. ¡No has cambiado para nada, Juan Luis, y veo que te sigues poniendo del lado de los poderosos, independientemente de cuál sea su catadura moral! Se me vienen a la memoria las imagenes propaladas por Canal N el 28 de julio del año 2000, donde se te veía a ti recibiendo en la Catedral con sonrisas cómplices y gestos cordiales al Presidente Fujimori, culpable de delitos de lesa humanidad, mientras en el centro de Lima ardía Troya, sin que eso te haya importado un comino. Ni entonces ni ahora.
El P. Gastón Garatea no ha dado ningún mal ejemplo, ha sido para muchos un estímulo para seguir el camino que Jesús nos indicó, haciendo uso de la libertad de expresión ha dado su opinión en asuntos que no afectan nada esencial dentro de la doctrina de la Iglesia, y tú le quitas las licencias para ejercer su ministerio sacerdotal en tu arquidiócesis. No lo entiendo. Espero que reflexiones y reconsideres la decisión que has tomado. Sería algo bonito, simpático, un gesto de buena voluntad, que lo hagas. Y además, que pidas disculpas. Pues pedir disculpas es un gesto que dignifica a cualquier persona, más aún si es cristiano. Y nos permitiría recobrar la confianza en que estás abierto al Espíritu Santo y que para ti lo más importante es el amor de Jesús.
Discúlpame por hablarte con tanta franqueza. En conciencia, no puedo dejar de hacerlo. Sólo Dios sabe el esfuerzo interior que me ha costado.
Tu hermano en Cristo
Martin Scheuch